“Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1: 21-25)
1. Dejando atrás todo lo malo; aún lo que no lo parece
“Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia…”:
Toda inmundicia y toda malicia, es lo que debemos desechar de nuestras vidas. La palabra en griego (rhuparia) que se traduce por inmundicia, tiene el sentido de algo que mancha o que ensucia. Esto tiene un carácter moral.
La palabra kakia en gr. se traduce por: malicia, depravación, maldad, y es lo contrario del cristianismo desde su misma base.
Por lo tanto, hemos de desechar de nuestras vidas toda inmoralidad.
Vemos en 1 Pedro 1: 1, 2:
“Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación”
Y en Colosenses 3: 8-10;
“Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, 10 y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno”
Hoy en día, conforme nos acercamos al día de Cristo, esta parte del Evangelio, que es tan esencial, se menosprecia e infravalora a pasos agigantados.
Se quiere lo “bueno” de Dios, pero se deja de lado la santidad.
Y hablaríamos también, no sólo de abandonar todo lo que claramente es malicia e inmundicia, sino lo que viene presentado con un diseño supuestamente atractivo a los ojos de esta sociedad postmodernista.
Fijémonos en las declaraciones de Brian McLaren, el principal impulsador de la llamada “iglesia emergente”, una aberración del Evangelio:
Yo no creo que hacer discípulos quisiera decir necesariamente convertirlos al cristianismo. Es aconsejable en muchas circunstancias, no en todas, ayudar a la gente a ser seguidores de Jesús sin abandonar sus religiones budistas, hindúes o judías, y no entrar en la parodia del destino eterno de la gente que es fiel a otras religiones distintas a la nuestra, debemos superar eso”.
“Para poder ayudar a los budistas, musulmanes, cristianos y cualquier persona de otra religión, a experimentar la vida a lo máximo en la manera de Jesús, con mucho gusto me convertiría en uno de ellos, a cualquier grado necesario para abrazarlos, unirme a ellos, entrar en su mundo sin juzgarlos pero con el amor del Señor, el cual me alcanzó a mí también, agregó Brian”.
Es el humanismo llevado a la iglesia. Es también inmundicia.
2. Recibamos la verdad de Dios, para vivirla
Por eso, la Palabra nos insta a recibir con mansedumbre lo que Dios nos dice:
“…recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas”
El mensaje de Brian McLaren, a pesar de su apariencia de benignidad, es absolutamente rebelde a Dios.
Lo que puede llegar a salvarnos por la eternidad, y preservarnos en el día a día, es la recepción en nuestros corazones y voluntad, de veras, lo que Dios nos manda.
Un claro exponente de la inmundicia, es el resistir la Palabra de Dios, muchas veces, reinterpretándola al uso, cuando no concuerda con nuestra manera de ver o sentir o pensar.
Esto último es rebelión contra Dios.
Existe un Dios Creador de todo, que ha dispuesto qué es lo que el hombre ha de creer y cómo. El manipular Sus instrucciones en cualquier manera, es claro exponente de rebelión.
3. Los “sordos” de Dios
Ahora, muchos abiertamente no acomodan la Palabra de Dios a su albedrío, pero hacen otra cosa que también es horrenda a los ojos de Dios.
Si por rebelión abierta, o por cualquier otra causa pecaminosa, muchos que se dicen creyentes, hacen oídos sordos a la Palabra de Dios:
"Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era.”:
Muchos se engañan a sí mismos, llegando a convencerse de que por oír el mensaje de la Palabra, y decir amén, y aún orar después de oírla, y luego olvidarse, serán justificados.
El problema es que puede transformarse en algo rutinario el hacer así. Uno llega el domingo a la iglesia, escucha la prédica, la entiende, está de acuerdo, incluso dice que sí, que tiene que cambiar en esto o en aquello, pero al minuto siguiente de decir la despedida de la reunión, ya se ha olvidado de todo.
Estos son los oidores “sordos” que dicen ser de Dios. Son sólo limitados oidores, que no hacedores de la Palabra, y se engañan a sí mismos.
Jesús enseñó: “Y él dijo: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan” (Lucas 11: 28)
Guardar la Palabra, significa oírla y retenerla en la cabeza, sino ponerla por obra.
Mateo 7: 21; “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”
Muchos dicen "Señor,Señor" eso es fácil, pero pocos obedecen al Señor. Si llamamos Señor a Jesús, deberemos por tanto hacer la voluntad del Padre. Las dos cosas van de la mano; van juntas.
(Luc 6:46 ) ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?
Ejemplo tenemos en el A.T.:
“Porque Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley del Señor y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos” (Esdras 7: 10)
Ese cumplir la Ley de Moisés, es ahora, el cumplir la ley de Cristo:
“Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (Stgo. 1: 25)
La perfecta ley, la de la libertad, es la que Dios reveló en Cristo para que fuésemos libres del pecado y de la muerte:
“Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8: 2)
El cumplimiento de esa ley escrita en nuestros corazones y refrendada en la Escritura, constituye el andar cotidiano del verdadero hijo de Dios.
El verdadero cristiano, lo es mostrando su andar conforme a la voluntad de Dios
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